Aceitar

Al me mandaba sms (qué tiempos aquellos) desde el otro lado de la mesa de reuniones. En la pantalla una ppt decía “maqueta aceitada” y “maqueta rejeitada”

O sea, maquetas aceptadas y rechazadas. Pero en portugués.
Al me mandaba sms diciéndome: qué asco, ponerle aceite a la maqueta, nos va a subir el colesterol con tanto aceite, qué aceite será, cómo las aceitarán, con una brocha?, nos vamos a poner perdidos cuando las construyamos tanto aceitarlas.

Y cosas así. Yo leía sus sms intentando aguantarme la risa, dejaba aquel nokia clam shell sobre la mesa, lo miraba y le hacía un gesto cada sms, distinto pero muy parecido al anterior.

Él seguía y seguía. Fueron dos horas de maquetas aceitadas. De SMS. El hombrecillo bajito y calvo de manos nerviosas que medio presidía aquella reunión parecía a la vez impacientarse con la lentitud de todo aquello y enfadarse muchísimo mirándonos con suspicacia cada vez que yo cogía o dejaba el móvil.

Esa era la tercera vez en mi vida, y tercera en 3 días, que veía al hombrecillo. Aun no recordaba su nombre.

La primera había sido el domingo, Al me dijo que se acoplaba un tío de la mesa de compras que estaba muy colgado y se aburría. Era una cena de equipo en la que yo también me sentía bastante acoplada. El Nómada andaba al otro lado del mundo y yo acabé, no me preguntéis cómo, oyendo a un chico de Bahía explicando su boda con su mujer. Todavía no entendía prácticamente nada de portugués así que me aburrí mucho. Recuerdo el calor, el olor a soja, el dolor de cabeza de intentar descifrar palabras parecidas a las que conocía entremedias de aquel acento.

La segunda fue en una reunión donde nos presentaron a “los nuevos” y nos contaron un poco de qué iba el proyecto. En portuñol. Entendí lo suficiente como para tener claro que sabía hacer el trabajo pero necesitaba urgentemente aprender el idioma.

La tercera fue aquella. Al y yo salíamos riéndonos de la dichosa reunión del aceite y nos lo encontramos en la puerta. “Anda que ya os vale con la coña. Y sin incluirme”.

Podría decir que en aquel momento supe que seríamos amigos pero simplemente no es cierto. Solo respiré aliviada porque hasta ese momento sentía que a él le parecía fatal nuestra actitud.

Le contamos de qué iba aquello. Le enseñé los sms. No entendía la coña del todo. Le pareció una broma infantil. Probablemente lo fuese. O simplemente el cerebro de Al y el mío jugaba con las palabras, las codificaba y descodificaba de una forma distinta. Jota nunca aprendió a hablar bien portugués, tampoco hablaba bien inglés pero se defendía suficientemente en ambas lenguas y creo que tenía que ver con cómo para él las palabras eran simplemente algo práctico. No había más dimensiones. Casi nunca.

Unas semanas después llegó el Nómada del otro lado del mundo directamente a mi lado. Para entonces Tito Jota y yo ya éramos más bien amigos aunque él siguiese pensando que yo hacía unas bromas tontísimas. Al Nómada tampoco le hacía gracia aquella broma. Creo que porque no hablaba suficientemente bien ni español ni portugués. De hecho no entendía muy bien por qué tanta tontuna.

Meses después, comiendo en un churrasco, en una mesa de 26 personas, donde la única lengua común era el portugués, yo interrumpí algo que estaba contando para decir “ay, no me gusta, qué aceitoso”. Y de pronto al Nómada le dio la risa. Porque pensaba que decía en portugués que alguien era muy de aceptar, y tardó un milisegundo en comprender que aquello no tenía sentido, que me había pasado sin darme cuenta al español para quejarme de la comida.

Tito Jota asistió a toda su explicación entre risas mezclando tres idiomas con su típico cabeceo. Esa forma de negar con la cabeza, sonriente, mirándonos a uno y a otro, casi dulce, guasón, porque hubo un tiempo en que nos consideraba una especie de unión indestructible de puro floja. Esa tontada del hilo rojo pero de verdad. Insistía todo el rato en que si lo nuestro no funcionaba él dejaba de creer en la pareja, porque nos vio encajar uno con otro a base solo de intentar entender al otro sin renunciar a nada importante.

Yo le decía siempre que las parejas, como todos los vínculos, duran hasta que rompen y que la pregunta es si el tiempo que duran son de verdad o solo un teatrillo. Quiero pensar que todo ese teatrillo que los 3 hacíamos cuando estábamos juntos, era verdad desde el principio hasta el final. Y sé, porque me lo dijo, que me consideraba su amiga precisamente porque no tenía que disimular nada conmigo, ser tan tonto, tan cargante o tan insoportable como necesitase sabiendo que yo me quejaría en cuanto se pasase de la raya. Casi nunca se pasaba de la raya.

A veces me pregunto si seguiría en mi vida 12 años después o nos habríamos ido separando como nos separa la vida de gente que queremos. Sé que es un poco ridículo este atesorar mío de cada enero, este álbum de anécdotas ridículas. Sigo guardando el nokia donde dejó uno de los mensajes de voz más bonitos que nadie te puede enviar. No funciona. El aparato no funciona. Pero quiero creer que las tripas de la máquina conservan todas aquellas palabras eficaces, concretas, cariñosas y sinceras que dejó para mi y que empezaban “Abandona el comando albóndiga de inmediato, tus amigos te echamos muchísimo de menos”. Quién nos iba a decir que iba a ser yo la que más lo echase de menos…