Testigo

testigo

nombre común

  1. Persona que está presente en un acto o en una acción, con o sin intención de dar testimonio de lo que ha ocurrido.

  2. Persona que ha presenciado un hecho determinado o sabe alguna cosa y declara en un juicio dando testimonio de ello.

Han pasado 11 años y el Nómada sigue respondiendo a mis pseudomenciones. Ni siquiera sé cómo lo hace pero sigue encontrando una manera, a veces pequeña, otras grande, de decirme que sigue en mi vida de esa forma que conseguimos encontrar y que funciona para ambos.

Ayer un pão de queijo me recordó una de las razones por las que siempre le quise tanto: su capacidad para respetar mis espacios y no jugar conmigo a jueguecitos de poder absurdos. Un pão de queijo me recordó que él entendía las cosas que le explicaba. Un rato después sonó el teléfono. Media mañana en su lado de la línea, sobremesa en mi mundo. Hablamos un rato. Me preguntó qué iba a escribir sobre Javi este año. Si quedaba algo que contar.

Justo un día después de mi saudade de tempestades. De las dos tormentas eléctricas que viví con él, que pensé y no conté.

La primera era jueves. Sé seguro que era jueves. Dani tenía miedo de llegar tarde a recoger a su hija de rehabilitación así que salió antes de su hora huyendo del atasco de la tormenta. Luego la tormenta terminó retrasándose. Era jueves y al día siguiente había cierre mensual y los equipos de desarrollo estaban muy nerviosos porque no les habíamos aprobado lo que no cumplía. Estaban muy nerviosos porque hacíamos nuestro trabajo. Era jueves y yo sabía desde primera hora que no iba a llegar a mi clase de samba.

Era jueves de tormenta retrasada, todo el mundo estaba muy nervioso y la electricidad estática y el cielo como de apocalipsis y yo con la paciencia justa y él enviando mensajes como miguitas indicando el camino: “te espero, tranqui, yo tb tengo lío” y 10 min después “me la he jugado a adivinar qué te apetecerá cenar”.

A las 17.45, 15 min antes de que cerrase la cafetería de la ofi, me subió a través de Tito Jota un cortado “just in case”. Un cortado y un trozo pequeño de bizcocho. Jota vino dando saltitos hasta la sala de reuniones donde yo, enfadadísima, les decía a dos muchachos que pondría el “carimbo” (sello) cuando estuviesen bien. Y punto. A menina espanhola ya se sabía, “fica muito brava as veces” . Fla a mi lado hacía de poli bueno mucho más enfadada que yo en el fondo pero con su sonrisa dulce y encantadora encogiéndose de hombros como diciendo “ya sabes cómo es”. Javi entró dando saltitos con el cortado y el trozo de bizcocho y me salí de personaje.

A él le dio la risa cuando vio cómo me cambiaba la cara.
- ¿Cómo sabes, bribona, que vengo de emisario?
- Ay Jota, a ti jamás se te habría ocurrido subirme un café. Quiero decir, si te hubiese pedido hace un mes que hoy, a esta hora, me trajeses un café, sé seguro que lo habrías hecho encantado. Pero no se te ocurren estas cosas.
- Ah. Y al Nómada sí?
- Bueno. Ahora sí. Es evidente que sí. Han pasado muchos meses y es un chico listo y escucha.
-Te escucha a ti y porque le conviene.
-Vale, pero me escucha. Mira estos dos: les conviene escucharme y ni puto caso me hacen y ahora me tienen aquí perdiendo el tiempo.

Era jueves. La tormenta estaba prevista a las 5. Ya eran las 6. El cielo estaba cada vez más gris. Yo cada vez más harta de aquella conversación que pretendía agotarme, que pusiese el sello para que me dejasen en paz.

Era jueves en aquellos meses en que él decidió que para dejar de fumar yo le racionase el tabaco. Los dos sabíamos que era una excusa tontísima y que cuando me echaba de menos escribía “necesito tabaco” y yo bajaba y a veces se olvidaba de fumar.

Era jueves. A las 18.45 Javi pasó por la sala para ver si nos quedaba mucho porque quería irse. Seguíamos exactamente en el mismo punto besuguil de la conversación y empezaba a estar realmente cabreada. “Nos queda hasta que ellos se cansen. Yo, al menos, he merendado”

“Te va a pillar la tormenta. Ten cuidado”

A las 19.05 el primer relámpago por la ventana encendió algún mecanismo. Me levanté sin decir nada. Aquellas 3 personas me miraron estupefactas. Salí al pasillo. Bajé corriendo dos pisos de escaleras. Pasé la tarjeta por el torno. Enloquecida. Salí a la calle. Llovía torrencialmente, el cielo era una obra de arte y electricidad. Sólo se oían los truenos y el chaparrón. De pronto apareció él, en mangas de camisa, también empapado. Nos besamos mucho rato. Yo tiritaba. Dije “parecemos una puta película. Joder. ¿A qué salías si ni tienes tabaco?” Y él respondió “a buscarte”.
¿Pero me has visto por la ventana? Beatriz, mi ventana da al otro lado. He visto los relámpagos y he venido.

Parecemos una puta película. Nadie se va a creer esto jamás. Voy arriba, los niñatos tienen que estar flipando. Bajo en 10 min y nos vamos.
Te espero aquí.

¿Vas a dejarlo todo encendido? Apagué a las 5, le oí decir mientras la puerta se cerraba.
Subí en el ascensor como en un trance. Chorreando. Entré en la sala y les dije que o me mandaban la entrega corregida a las 7 de la mañana y se la aprobaba antes del cierre o no se la aprobaba y punto. Ni siquiera dijeron nada. Supongo que era bastante cómico verme como una sopa tiritando mientras recogía mis cosas. Volví a la calle. Él seguía bajo una lluvia que empezaba a escampar. Pero ya no estaba solo. Tito Jota gritaba al teléfono “Bueno, Al, no te lo vas a creer, pues no salgo del garaje con el coche y me veo a estos dos ahí en la puerta del edificio 4 morreándose como si nada, debajo de la tormenta, como en un anuncio de colonia? Le he dicho al chófer que pare y me he bajado. Me los llevo a casa antes de que se resfríen.

Tenemos un testigo. Tendrán que creernos. Se reía. Qué llevas haciendo desde las 5? Le pregunté muy seria. Esperarte. Se reía.

¿Dónde cenamos? Preguntó Jota. Tú no sé. Nosotros en la 911. Se reía. Sacó el móvil. Cambió la reserva del jueves al viernes mirándome muy fijo. No dije nada. Entró en el coche, se sentó en el medio del asiento de atrás. Aquel viaje duró una hora que se me hizo eterna. Una hora con mi cabeza en su hombro, tiritando de frío. Él solo se reía y me decía “es lo malo de tener testigos”. Yo quería fundirme con él.

Y ayer cuando me llamó y me preguntó de qué iba a escribir le dije “de que ya no tenemos testigos”. Aquella vez Javi me estorbaba. Habría pagado por que se hubiese esfumado. Y mira por dónde. Ahora pagaría por poder preguntarle “te acuerdas de aquel jueves de tormenta cuando el Nómada y yo parecíamos una puta película o un puto anuncio de colonia?”

Algunas veces, cuando estábamos con gente, gente que ni conocía al Nómada, tito Jota bromeaba sobre aquello: a Beatriz es que le gustan mucho los anuncios de colonia. Y la gente preguntaba y yo decía “muchísimo, sobre todo cuando hay tormenta” y nadie entendía nada. Siempre es la complicidad. Ya sabes.