Porque hay cosas que siguen sin caberme en un hilo de tuister

En torno a Gorka Urbizu en La Riviera

Tags: #Música #GorkUrbizu

Justo cuando Gorka Urbizu grita “carpe noctem” mi reloj no tan inteligente vibra para avisar de que el corazón me late a 98 pulsaciones por minuto. Demasiadas para estar en reposo. No estoy en reposo. Cuando eso ocurre ya llevo más de 1h feliz disfrutando de la magia de la música en directo cuando todo hace click. De lo fácil que parece y lo difícil que es.

Cuando él grita carpe noctem y mi corazón se desboca definitivamente (ya no volverá a su sitio hasta mucho después) llevo mucho rato flipando con Amaia Miranda y esos dibujos como de arpegio clásico con su guitarra eléctrica. Es original, única, sencilla. Entendiendo por sencilla la capacidad de que algo técnicamente difícil, muy bien ejecutado, parezca al alcance de cualquiera. Lo contrario de esos solos de guitarra de protagonista que son lo único que aprecian los muchachos.

Fue una grata sorpresa la fuerza elegante y divertida de Mariana Mott a la que ya he fichado en sus otros proyectos. Ya conocía de sobra la forma de tocar de Arancegui.

Hay una cosa que suele hacer, que hacen muchos bateristas que me gustan, y que en este concierto, con Mariana al otro lado, pudo hacer todavía más evidente. Retrasar un pelín el beat. Me flipa el efecto que eso consigue en la canción precisa y en el cuerpo. Todo lo que eso tan sutil y tan complicado cambia. Otra vez la precisión técnica que hay que tener para no liarla. El riesgo a favor de lo sublime.

Cuando mi reloj me avisó de lo que ya notaba, sonreí, repetí en mi cabeza esa frase que digo tantas veces a esos idiotas que creen que la música buena se disfruta con la mente y no con el cuerpo. Como si fuese siquiera físicamente posible. Esa frase recurrente: “El cuerpo siempre sabe”. Mejor que los pulsómetros.

Y no hace falta analizar mucho lo que pasó anoche en La Riviera para entender la belleza de ver dialogar a las dos guitarras y las dos baterías como una conversación a cuatro bandas. Era bonito y era simbólico. El cliché del disco en solitario que son en realdiad personas tocando juntas para que la gente disfrutemos. No es lo mismo tocar juntas que tocar a la vez sobre un escenario. Tocar poniendo por encima el todo que sus partes.

Una conexión que parece sencilla, como un abrazo. Tan complicada. Porque como los buenos abrazos, esa sencillez solo funciona si hay verdad pero también otras cosas.

Un virtuosismo sin ínfulas. Un ego sano.

Lo mio de los bajos es un clásico. Neira me flipa. Los bajos grabados por Matas en el disco me flipan. La forma de entender los bajos de Urbizu conecta mucho conmigo.

Soy la persona que dice ohhh justo en ese momento donde parece que nada está pasando pero ese dibujo de Fernando ilumina algo en alguna parte.

A partir del Carpe Noctem todo termina de estallar. Me gusta mucho también de Gorka su paciencia para el estallido. Esa dulzura de dejarlo crecer todo hasta más allá de lo posible. Que explote tan arriba, tan lujo, tan sin prisa, tan sin violencia. Tan absoluto. Es, como todo en su música, muy difícil de explicar. Muy fácil de sentir. Bastaría con insertar aquí el video de la versión de anoche de Besterik Ez. Nada más.

Pero no tengo ese vídeo así que diré todavía unas cuantas cosas más.

Ayer, justo antes de traducirnos Etxe Bat, porque él quiere que entendamos también las palabras, los versos, dijo algo que me hizo pensar mucho. Dijo, refiriéndose a la pandemia, “cuando no sabíamos qué había que sentir” y yo entendí algo de golpe.

Nunca me paro a pensar qué tengo que sentir. Lo siento. Y a partir de ahí ya veremos. Te hace libre, dentro de lo poco libres que somos, poder sentir lo que sientes y no lo que otros dicen que tienes que sentir, lo que tú crees que tendrías que sentir.

Hay un sesgo de género en la frase que Gorka dijo. Una mujer no construiría así esa frase. Creo. Entiendo qué quiso decir.

Pero también entiendo por qué lo dijo así y no de otra forma. Y me gustó dejar de lado un poco la música y jugar con palabras dando vueltas por mi cabeza.

Es un juego al que, sin él saberlo, juego todo el rato desde la primera vez que escuché el disco a mediados de 2024 por recomendación de Seguer.

Tuve claro que a Gorka le importaba muchísimo todo lo que cantaba, cada palabra y cada nota, cada cosa que sonaba, cada silencio de ese disco. Y eso hace que, automáticamente, me importe a mí, aunque reciba otros mensajes distintos que los que él emitió.

Antes de leer por primera vez las letras traducidas al español, anoté algunas palabras sueltas, cosas que el disco me sugería.

Escribí cuidado, escribí cariño, también dulzura, miedo, paciencia, unión, fuerza.

Luego leí sonriendo las letras. Me pierdo todas las referencias políticas, las metáforas, las imágenes potentes (limpiar las calles que manchamos ayer) pero no el trasfondo. La magia de la música, mi obsesión. El cuerpo, ya sabes, no hace falta que lo repita otra vez…

Mi abuelo, bendito navarro, no sabía euskera, pero aprendió algunas palabras para enseñarnoslas a nosotras. La punta de la lengua que él no pudo usar como su legado más valioso. El recuerdo de todas aquellas mañanas dándonos los buenos días en euskera. La retahíla que terminaba “ni ongi ere”

Anoche le pregunté a Seguer si con el euskera básico podría entender las canciones de Urbizu. Me dijo que no.

Salir de un concierto con ganas de aprender otra vez la lengua que mi abuelo me hizo sentir que podía hablar. Todavía eran los 80.

Salir de un concierto con ganas de comprar entradas para el siguiente. Salir feliz al frío húmedo de la orilla del río de un Madrid que ya no resulta tan cruel.

Que lo bonito parezca siempre tan fácil como anoche. Por favor.