En torno a Minna Salami y los marcos mentales
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Miren, una vez más, me puso “El otro lado de la montaña” en la mano hace unos cuantos meses. Con esa vehemencia maravillosa suya de cuando quiere que leas, porque sabe que leer te hará bien.
Cuando hace eso con ficción siempre me resisto un poco más y luego me arrepiento de haber tardado tanto en hacerle caso, pero cuando me tiende así un ensayo no lo dudo.
He leído El otro lado de la montaña de forma fragmentada, en ratos muy raros (casi siempre al despertarme a media noche con los ojos como un buho) y hasta hoy no me había dado cuenta de cuánto ha influido en mis propios marcos mentales.
Por resumirlo mucho Minna Salami es una mujer brillante.
Esto es una obviedad, porque cuando una mujer negra llega a tener una voz tan reconocida (nosequé medio dijo de ella que era una de las nosecuantas personas que pueden cambiar el mundo, si no recuerdo mal) solo puede ser porque es brillante. La anticuota va así: llegan pocas y llegan porque son demasiado buenas como para ignorar su calidad. Siempre ha sido así y ojalá que a partir de ahora sea distinto, pero no tiene pinta porque estamos teniendo que volver a explicar por qué las cuotas no son “poner a una inútil solo por ser tía” y que van más bien de “obligarte a poner tías para ver si así al menos las brillantes llegan todas”.
Ya sabéis que hace unos años me obsesioné mucho con el concepto de poder desde un enfoque feminista. No porque yo sea particularmente brillante, sino porque he seguido el rastro de migas que me dejaron Arendt y Lorde y Morrison y Hooks, enriqueciendo con su sabiduría mi propia vivencia.
Cómo ser poderosa y que eso no signifique hacer lo que hacen los señores. Qué es ser poderosa, tener poder. Qué es el poder. Desde dónde, cómo y para qué ejercerlo.
Salami tiene un capítulo específico sobre el poder en “El otro lado de la montaña”. El libo saca su título de una vieja historia sobre dos personas que exploraron una misma montaña y sacaron conclusiones distintas. Si recorres un lado de la montaña te parecerá árida y si en cambio recorres otro quizá te parezca frondosa. Ninguna de las dos visiones es verdad o mentira. El punto de vista, desde dónde empiezas y dónde terminas, tu camino, importan en las conclusiones que sacas.
El poder desde el otro lado de la montaña. Desde el punto de vista de una mujer negra que empieza el capítulo hablando de un pueblo junto al Níger y de lo fundamental para el feminismo que es redefinir el poder. Clave, probablemente. Clave en la medida en que sin eso no habrá cambio de sistema posible (esto lo digo yo, pero lo digo influida por todas las mujeres que he nombrado antes) Y si os fijáis, no he citado a Beard. Porque yo soy infinitamente menos lista y absolutamente menos agradable que Salami. El libro de Beard solo me sirvió para dar peso teórico a mi intuición (que es la de tantas): una mujer que llega al poder tiene que hacerlo con los estándares masculinos o lo perderá pronto. Incluso siguiendo esos estándares al pie de la letra será duramente juzgada cuando y donde a los hombres se les perdona sin problema. Y estará sola en todo ese viaje.
Pero como bien señalaba Minna Salami en su libro, Beard no nos ofreció ni herramientas ni alternativas en su ensayo. Y las necesitamos. Me sorprendió que enlazase a Beard con otro libro del que he hablado muchas veces en twitter y en la vida: “Mujeres que corren con los lobos” y que leí en 2010 con un impacto similar en potencia pero distinto en resultado al que cuenta Minna.
Ella entendió que lo que le hacía sentir poderosa estaba visto desde un punto masculino. Yo no entendí eso ni mucho menos, me temo.
Pero empecé a pensar en cómo aprendemos e interiorizamos según qué cosas de forma inconsciente a través de los relatos. Mi conclusión fue mucho más obvia porque no todas podemos ser tan listas. Pero podemos nutrirnos de quienes son más listas que nosotras. Aprender de ellas y de su generosidad al tomarse el tiempo de explicarnos.
Salami, por supuesto, también menciona a Arendt, pero además, de forma totalmente inesperada y casi a continuación, menciona la tradición yoruba y el prana. Leer aquello me sirvió para pensar en mis propios prejuicios sobre lo que no es “occidental” y cómo hace años hice el ridículo más absoluto diciendo algo vergonzoso a alguien tan maravilloso que fue capaz de perdonarme y de darme a cambio muchísmo. Una persona poderosísima que, entre otras cosas, me habló del prana, de esa fuerza que nos llena de energía y que no intentó convencerme de nada, ni ponerme en mi sitio, ni vengarse ni demostrarme nada. Sólo ayudarme.
Leer aquel episodio sobre el poder (todo el libro, en realidad) me hizo cambiar más de lo que era capaz de entender. Me ha ayudado mucho a dejar de intentar controlar ciertas cosas porque me ha ayudado también a entender mejor algo que llevo diciendo muchísimo tiempo cuando explico cómo soy “entender las cosas es lo que más me ayuda” y es verdad. Me ayuda más entender algo que controlarlo. Y aun así no siempre recuerdo esto.
Hoy, en cuanto ha empezado a hablar en Matadero, he colocado todas estas piezas juntas y algo ha hecho click en un orden evidente para mi que no sé si estoy siendo capaz de explicar nada bien.
Creo que ha sido cuando ha empezado a hablar de la importancia de abrir conversaciones. Ha dicho dos cosas que me han resonado mucho.
Una sobre el patriarcado:
Hay solo 3 cosas que se pueden hacer respecto al patriaracado:
- Estar de acuerdo
- Aceptarlo
- Enfrentarlo
Y todo lo que no sea la tercera opción contribuye directamente a que se mantenga.
Conozco a muchísima gente que acepta el patriarcado. Que opina que está mal, que es injusto, pero… “es lo que hay”.
Conozco a muy poca que se enfrenta a él. Que está en el mundo teniendo en cuenta que hay un sistema que tiene que cambiar profundamente para que desaparezcan el racismo, la homofobia, la transfobia, la misoginia, la xenofobia, la pobreza de una mayoría en favor de la riqueza de una minoría, etc y que eso sólo depende de nosotras.
Esa gente resulta siempre pesada, cortarollos, aburrida, exagerada...
La segunda cosa que me ha resonado mucho ha sido su forma de responder a todas las preguntas de Moha Gerehou, y de la audiencia, partiendo de la base de la importancia fundamental de establecer conversaciones con otra gente. Gente que quizá no entienda de qué hablas. Que nunca haya visto la montaña desde tu lado. Que no es que sea mala o idiota, simplemente tiene otro punto de partida, otro recorrido y otro punto de vista, y quizá crea que su punto de vista es el único posible.
Nosotras no creemos eso porque el punto de vista imperante no se parece a nuestra realidad. Y por eso quizá somos (o deberíamos ser) más capaces de conversar con una mujer no blanca. Conversar, recordemos, implica escuchar a la otra persona y cambiar lo que dices en función de lo que has oído.
Quizá deberíamos ser más capaces. Pero igual no. Igual estamos convencidísimas de que la montaña es como es y punto. Y Salami demuestra que es fundamental encontrar gente capaz de establecer una conversación, de ir más allá de los monólogos superpuestos, de partir de la escucha más que de tratar de que la otra persona cambie de opinión.
Gente que está ya en el grupo que se enfrenta al sistema, aunque sea desde lo minúsculo, lo insuficiente, pero también gente que está en el segundo grupo: quienes aceptan el sistema porque no piensan que se pueda rodear la montaña y ver otro paisaje.
Creo mucho en el relato como vehículo desde siempre. Supongo que por eso conecté tan rápido con Salami y con Clarissa Pinkola, porque ellas también creen en el relato, que es fundamental en cualquier conversación: contar algo, escuchar algo que otra persona cuenta. Cambiar. Que los relatos te afecten. Te enseñen. Te hagan vivir o pensar diferente, te hagan entender que hay otros lados en la montaña. Cambiar la forma en que vives a medida que interiorizas otros relatos (los de las abuelas, por ejemplo). Eso es lo que casi literalmente ha explicado Minna Salami hoy. Con un punto interesantísimo sobre cómo “lo académico” no es sinónimo de teórico desde el momento en que el objetivo es transmitir ideas. Es la pura acción: que el mensaje llegue. Esto es algo que, tristemente, “la academia feminista” española no es capaz de entender y por eso está enrocada donde está enrocada. Para desgracia del mundo.
De todo esto ha hablado Salami. Y también ha explicado que cuando entiendes ciertas cosas que vives, esas cosas no se hacen menos injustas ni menos terribles pero sí más llevaderas. Y cuanto más capaces seamos de superar todos esos obstáculos sin destrozarnos mejor podremos seguir enfrentándonos al sistema, buscando formas de ramificarnos, de encontrar alianzas, puntos en común, caminos nuevos que cambien vidas que a su vez afecten a otras vidas.
En su libro ponía de ejemplo la forma en que los ríos hacen que el agua fluya.
Y otra cosa que me caló mucho de “El otro lado de la montaña” y que no he entendido hasta hoy, es hasta qué punto ella y su ego están borrados de su discurso. Puede que sea lo más inspirador y menos evidente de todo.
PS. Podría seguir mucho rato divagando pero mejor leedla a ella. Comprad su libro (editado por Planeta, no todo van a ser premios de chichinabo y Molonguis) a ser posible en una librería feminista, uno de esos lugares que generan espacios y relatos donde las conversaciones son posibles. O sacadlo de la biblioteca, si es que está. O pedídnoslo prestado a quienes ya lo tenemos.
P.P.S. Ha recomendado, respondiendo a Moha, un libro que no está traducido al español y que voy a intentar leer en inglés. “Self Portrait in Green” de Marie NDiaye. Ha dicho que ha creado un género propio borrando las líneas entre los géneros existentes, siguiendo el ejemplo de la tradición cultural africana de la que la autora proviene. Dice que lo lees desde el subconsciente y leído desde ahí tiene todo el sentido consciente del mundo. Ha hablado del libro de una forma que una solo puede querer leerlo.