En torno a Rothko
Lo que palpita, lo que eriza, lo que late y electrocuta. El temblor. La ira. El frío. La pena. El miedo.
La piel queriendo romperse. Una sala llena de gente charlando de cualquier cosa. Un lienzo amarillo que nadie parece mirar ni ver. Dos mujeres de espaldas. Cómo se le puede dar la espalda a toda esa luz que deslumbra. A esas ganas de gritar.
Pero algo va cambiando a medida que toda la gente avanzamos por las salas. Rothko es ineludible, supongo.
Cuando la gente va llegando a la Phillips Collection suspira y sonríe sin darse cuenta. Todo el mundo se queda muchísimo tiempo ahí. Es luz y calidez. Ese calor de la felicidad, ese calor que viene de dentro y es imposible de esconder.
Es una sala acogedora, que está un poco después de esa otra luz oscura. La Tate Room. Las lágrimas. Rothko murió sabiendo que mucha gente lloramos delante de sus cuadros.
Qué sensación de éxito y de poder tenía que ser sentir que todo tu trabajo culmina así de perfecto.
La descarga eléctrica, el llanto, el latido que galopa, el calor, el frío. Todo a base de capas obsesivas de pintura translúcida. Los bordes, las texturas, lo velado solo intuido.
En la serie gris que se inspira de alguna forma en Giacometti, hay unos brochazos casi redondos, unas curvas de luz, caminos abiertos. Sonaba música en mi cabeza cuando miraba aquellas formas.
No tengo manera de saber qué hacen ahí, por qué las pintó. Pero en mi cabeza sonaba un instrumento de viento, un piano. Una nueva forma de vibración, algo que mueve el aire alrededor de la persona que mira. Que se atreve a empezar el viaje, como él decía.
La necesidad de sentarte mucho rato delante de la serie black in maroon. En estos tiempos oscuros. Esa serie es para mi un baile o una conversación. Las buenas conversaciones son como bailes. Y viceversa.
En esa serie hay lejanía y cercanía. Cosas que se enfrentan en todos los sentidos, que se contraponen. Se acercan. Se encajan como a veces encajamos las personas unas con otras.
Pintar la química, lo magnético. El magnetismo es otra forma de vibración. Pintar también la bruma, el vapor, lo que se condensa. Como Turner. Pintar el frío y la distancia. 1969. Sin título. Arriba azul oscuro casi negro, abajo alo que no es, desde luego, balnco. Gris azulado. Otra vez las capas y capas, los brochazos manchas, esa necesidad de achinar los ojos para ver entre la niebla.
Rothko dijo una vez, al salir de una retrospectiva de Turner, que Turner iba por delante de él. No creo que sea una carrera pero entiendo a qué se refiere.
Turner se inventó pigmentos para poder pintar la luz. Técnicas y pigmentos al servicio de esa decisión artística que se convirtió en fijación.
La luz se ve y nos afecta. La luz cambia cómo vemos, cómo miramos, cómo sentimos y cómo entendemos el mundo. Pintar la luz es pintarlo todo.
Y estos dos pasaron su vida obsesionados con aquello. Cómo pintar la luz. Cómo pintar lo que está al otro lado de esa luz.
Dicen también que Rothko adoraba a Monet. Es muy difícil mirar los cuadros de Monet y no adorarlos, supongo. Otro que pintaba muchas veces la burma, esa cualidad de la luz para hacer el aire visible.
El cuadro que cierra el catálogo de la expo es un amanecer. El incendio de cuando la luz va a acabar con la oscuridad, que es, si lo piensas, otra forma, otra textura, otra cantidad de luz.
Rothko pintaba como quería que mirásemos sus cuadros.
Aplicaba la pintura y se sentaba a 2 pasos del lienzo, fumaba y miraba y pensaba o decidía qué pintura aplicar dónde, en cuanta cantidad, en cuántas capas, mezclada cómo y con qué para conseguir que todos nosotros, al entrar en una sala, rompamos a llorar. Al entrar en otra sintamos bienestar, al cruzar a la siguiente necesitemos gritar de ira.
Quiero poder estar delante de todos los cuadros de Rothko de vez en cuando. Quiero la oportunidad de sentir todo eso. Con las fotos no funciona. O sí, siempre y cuando hayas visto antes el original. Te hayas parado en el centro a dos pasos.
Rothko pintaba el desgarro, la violencia, la intensidad de las emociones, lo que no se puede evitar. Y se sentía ofendido cuando le decían que sus cuadros eran serenos. Yo creo que la única forma de alcanzar una cierta serenidad es permitirte sentir lo que sientes. No negarte lo que sientes, no esconder ni enmascarar lo que sientes. La experiencia artística es imposible sin la complicidad y la generosidad de quien crea y quien experimenta la cración. Da miedo a veces mirar al abismo. Pero a mi me pasa con Rothko que no sé evitarlo. Y me parece una suerte. Otra vez vértigo del bueno. Ese vértigo que muchos hombres (masculino no genérico) ni siquiera aciertan a intuir. Sé que Rothko entendería perfectamente de qué vértigo hablamos.
Ha pasado una semana. Volvería a la Fundación Louis Vuitton a verlos todos otra vez, otras 3h. Sin tanta gente que va a pasar la mañana, si puede ser.
Antes de salir al Bois de Boulogne, corrí como una loca en sentido contrario. Volví a buscar 6 cuadro en concreto. Igual que se vuelve a abrazar a alguien de quien no te quieres despedir.