Porque hay cosas que siguen sin caberme en un hilo de tuister

En torno a “Tuve una jaula” (o no...)

Dice Lara Moreno en uno de sus poemas de “Tuve una jaula” q cada vez está más vieja.
Mira, bendita vejez si la vejez es eso arrollador q me está dando así la vuelta. Eso descarnado, eso vivo, eso que late y sangra y suda y cicatriza demasiado lento. Ese deseo mantenido en formol.
Ese deseo mantenido en formol que no tiene que ver con el amor, ni siquiera con el recuerdo. No, al menos en mi caso, y es solo, puramente, la complicidad sin miedo de aquellos tiempos. Mirarnos y saber que nos entregamos sin más y eso permitió que algunas cosas sobreviviesen intactas.

Bendita sea la vejez de Lara que convierte el miedo y el vértigo en un combustible raro capaz de llevarnos al futuro sabiendo mejor que nunca que vamos a estar bien incluso cuando estemos mal.
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Porque tenemos el formol milagroso, las heridas imaginarias, las cicatrices rugosas, todo lo que hicimos mal, todas las veces que lo intentamos, aquella que lo conseguimos. Cada vez que lo estropeamos o nos rendimos por todos los motivos equivocados pero sobre todo ese deseo que palpita debajo y encima y al lado y dentro y fuera de nuestro miedo. El deseo de intentarlo cada vez.

Y quizá tenemos eso porque hay quien nos sostiene cuando caemos y cuando volamos.

O quizá tenemos eso porque escapar de las jaulas, aprender a convivir con el dolor, nos hace más lentas pero también más fuertes. Y yo, si me paro a pensarlo, nunca he tenido prisa, ni de joven. Y siempre tuve, siempre tendré, digamos ansia. O mejor ganas. Muchas ganas. De muchas cosas.

Quizá vuelva en un rato a escribir otra tontería. Pero leerla es extático. No se me ocurre una palabra menos redicha ni más exacta. Ni que me llene más la boca.

Leer “Tuve una jaula” es extático y es catártico.