Porque hay cosas que siguen sin caberme en un hilo de tuister

Inés y la alegría revisitada

Tags: #libros #AlmudenaGrandes #Vintage

Nota previa: Esto lo escribí en noviembre de 2010. Hoy se está hablando del homenaje a Almudena, y @mdemolecula ha dicho en twitter que Malena le salvó la cordura. Yo he dicho que a mi también y he buscado esto de abajo. 2010. Doce años después Almudena está muerta, yo sé de sobra que el 25 de noviembre es, desde 1999 el día internacional para la eliminación de la violencia de género pero sin embargo la gente vota a partidos que quieren fingir que la violencia de género no existe.

Hace 12 años Almudena Grandes vendía muchos libros pero no tenía “prestigio”. Quienes la hemos leído siempre entera lo supimos desde el principio, lo dijimos desde siempre. Y yo creo que los homenajes hay que hacerlos en vida y de verdad. Así que aquí está, desde noviembre de 2010, mi homenaje a Almudena Grandes. Sigo fingiendo que está viva, escribiendo episodios de una guerra infinita que se recrudece.

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¿Saben esa pregunta chorra: “El libro que cambió tu vida”? Pues yo respondo siempre “Malena es un nombre de tango”. Lo llevaba en la mochila aquel verano y resultó ser un salvavidas. Entrenaba para voley playa. Malena y yo íbamos y veníamos de la playa fluvial a las canchas del Campo Grande, a casa pasando por la piscina.

Un ajetreo. Yo leía y leía y lloraba involuntariamente mientras leía en los ratos muertos que estaban tan vivos.

Malena me ayudó a entender cosas que me habían pasado. A cicatrizar, por fin, heridas cerradas en falso.

Después saqué de la biblioteca “Modelos de mujer”. Luego “Te llamaré Viernes”. Entonces mi madre me prohibió leer “Las edades de Lulú”. Porque era erótica. Si ella hubiese sabido el contenido de otras lecturas mías de la época...

El día de mi 18 cumpleaños lo saqué de la misma biblioteca (Rosa Chacel, se llama) y desafiante puse sobre la mesa del salón aquel libro sobado. Luego lo leí. No me pareció erótica exactamente.

Poco después salió aquel maravilloso “Atlas de Geografía Humana” que me trajeron los reyes. Algunos fragmentos de esa novela eran la otra cara de la moneda de algunos poemas de Luis García Montero. Y yo leía con una especie de sensación de deja vu. Y otra de voyeur. Estas cosas siempre tienen nombres en francés. Era como mirar por un agujero una historia que los protagonistas explicaban cada uno desde su ángulo.

Los libros de Almudena Grandes siempre me han dado cosas. Siempre. A veces minúsculas, inconcretas, imposibles de explicar.

Otras definitivas: ayudar a entender las cosas, a colocarlas donde deberán estar el resto de la vida. A sacarles partido a los dolores de alguna forma. Ya que existen.

La música de Shostakovich también es un regalo de Almudena para alguien con inmensas lagunas en música clásica (y gustos estridentes, por lo que parece).

A mi siempre me ha parecido una escritora magnífica.

Pero es chica. Y ya saben, hace “literatura femenina”. Hombres que no han leído nada más allá de un par de artículos suyos en EPS (a mi no suelen gustarme, por cierto) la ponen como ejemplo de escritora petarda. Esto de las escritoras petardas es un tecnicismo de crítica literaria que me tiene fascinada. Pues vale, lo que ellos digan, que son los que saben.

Ellos se lo pierden.

Inés y la alegría sigue la estela de “El corazón helado”. La obsesión de Almudena Grandes. La República, la guerra, la posguerra.

A mi me hubiera gustado vivir en aquella España republicana a la cabeza del mundo en muchas cosas. Donde las mujeres tenían derecho al voto, iban solas a los bares y eran escuchadas para escándalo de los de siempre.

Me he sumergido en el mundo de Inés, en su cocina, en su resistencia por activa y por pasiva. En su convicción, su alegría. En lo nutritivo de su fe y su fuerza y su rabia. Y su amor.

Las mujeres de las novelas de Almudena Grandes se enamoran. Los hombres también. Algunas historias salen bien, otras mal. Algunas duelen, casi todas escuecen en algún punto.

Como en la vida. He leído esta novela de 4 tragos en el transporte público madrileño. Me atrapó desde el principio. Como siempre con ella había fragmentos que se ajustaban a mi momento (o yo, con mi tamiz, los ajustaba a mi momento)

Y otros que me dieron muchísima envidia. Ella, esa mujer que hace novelas sensibleras, para chicas simples, escribe:

“Aquel patio que olía a muchedumbre, a invernadero”

Y a la nariz el olor exacto. Detrás de la nariz, mejor dicho. Eso atávico e incontrolable. Deliciosamente incontrolable. Eso que se conecta directamente con el lugar de los recuerdos imborrables.

Es dificilísimo describir olores evocándolos, haciéndolos reales. Dificilísimo y mágico. Para la mayoría resulta prácticamente imposible.

Hicimos un ejercicio en el taller. No creo que ninguno de nosotros consiguiese poner en la nariz del de enfrente nada parecido a lo que Almudena, esa escritora para chicas, logra con una frase:

“olía a muchedumbre, a invernadero”

Después, unas cuantas páginas después, no pude evitar reírme, cuando describió el olor de Galán y a mi me vino a la nariz una marca de perfume de hombre. Una que me gusta muchísimo. Que está entre mis favoritas.

Inés y la alegría es la primera novela de una serie que es heredera, en cierto sentido, de los Episodios Nacionales de Galdós. A mi me gusta mucho Galdós. Me parece brillante.

No pretendo comparar (como no pretende compararse Almudena) porque soy lectora, no experta en literatura.

Pero sí creo que es bastante complicado mezclar la Historia con las historias con las “story”. Mezclar realidades y ficciones, hechos con suposiciones, con invenciones.

Ser militante en el mejor de los sentidos. Ser honesto (no como un eslogan sino como una forma de entender el asunto), arriesgarse y escribir una novela larga que nunca es densa. Optimista en el desencanto de los perdedores que nunca se rinden. Que siguen luchando aunque sigan perdiendo. Bonita. Entretenida. Con un ritmo tan perfecto que si no fuese porque había cosas que hacer me la habría terminado de una sentada.

Escrita con oficio. Supongo. Además del talento que siempre tuvo.

Estoy esperando la siguiente de la saga. Porque soy una chica muy simple. Leo cosas para chicas muy simples y tengo envidia de Almudena Grandes.

Ya me gustaría a mi escribir jamás una frase la cuarta parte de exacta que “olía a muchedumbre, a invernadero”.

Una frase tan simple. Tan poco pretenciosa. Tan perfecta.

Estoy harta de artificios, de poses, de etiquetas. De gente que escribe para llamarse escritor y ligar en las barras de los bares. Que no tiene nada que decir. Que considera que el esfuerzo tiene que hacerlo el lector. El esfuerzo de ponerse a su elevada altura intelectual de metaliteratura referencial y citas-homenajes-plagios-intertextos.

Estoy muy harta de autores que no ponen nada verdaderamente suyo en lo que crean.

No tengo el suficiente talento como escritora (ni probablemente como nada) para sentirme interesada por toda esa basura.

Y eso me da la libertad de escribir lo que me apetece o de no escribir cuando no me apetece. De intentarlo aunque siga fracasando. De buscar frases redondas o cuadradas. Suaves o rasposas. Que se enganchen a las costillas o se deslicen delicadas sin que los lectores aprecien lo incendiario que hay en ellas (como un buen whisky)

Y me da la libertad también de decir que admiro muchísimo a Almudena Grandes como escritora. No como mujer, porque no la conozco.

Como escritor. Aunque no quede gafapástico ni trendy ni cool. Porque no creo que haya muchos autores españoles capaces de lo que ella consigue en Inés y la alegría. De todo lo que ha conseguido.

La admiro porque escribe libros que la gente, además de comprar, va y se lee. Y además de leer, va y disfruta.

Y lo sé porque paso todos los días dos horas en el transporte público. Y he visto sus caras. Las de algunos hombres y muchas mujeres. Sus lectores. Y me he sentido reflejada en ellos.

No necesito vender ni un solo ejemplar de nada escrito por mi. Pero me encantaría que alguien, alguna vez, leyendo una frase mía, sintiese o pensase o reaccionase con una cuarta parte de mi intensidad cuando leí “olía a muchedumbre, a invernadero”. Que alguien, leyendo algo mío, cambiase de expresión en la cara tantas veces en 10 minutos como todos esos a los que he observado silenciosa en el metro.

Eso es para mi el éxito como escritor. Solo eso. Todo eso.

P.S. Escrito ayer. Después le dieron el premio a Ana María Matute. Me enteré de que hoy es el día contra el machismo o la violencia de género. O algo así. Vale, lo he mirado, contra la violencia machista. Este año van 63 mujeres muertas a manos de hombres que decían quererlas muchísimo. En abril mataron a 10. Este mes llevamos 5.

Llámenme pesada. Pero yo creo que esas 63 muertes empezaron mucho antes. Muchísimo antes. Soy parte del problema. Y estoy intentando dejar de serlo. Por lo menos.