Veintitantos y vértigo
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En noviembre hará 20 años del día en que hicimos botellón en nuestro piso de estudiantes y yo puse una canción que había grabado aquella semana en un programa de madrugada en la radio.
Mi corazón juvenil estaba en proceso de reconstrucción y venía de una de esas decepciones musicales inesperadas que habían contribuido poco a que mi otoño fuese menos deprimente.
Pero ya casi no era otoño (en mi cabeza noviembre es iniverno y esa regla ya existía hace 20 años) y yo había decidido matar moscas a cañonazos dejándome engatusar por uno de esos hombres ultraconservadores que jamás me recordaría en nada al príncipe negro de los levis negros, los ojos negros, la piel negra y el corazón blando que soñaba con revoluciones mucho menos revolucionarias que las mías.
En aquel botellón el chico ultraconservador se sentaba frente a mi y achinaba los ojos mientras todos se reían de mi gusto musical. Y todas. Mis compañeras ultraconservadoras (una de ellas del opus) querían sobre todo gustar a aquel grupo de idiotas que presumían de tener mucha pasta y racaneaban los 5 céntimos de diferencia entre el cortado y el conleche.
Todos se rieron menos él que no dijo nada pero sonreía mirándome cuando creía que yo no me daba cuenta. Que nadie se daba cuenta. Todos nos dábamos cuenta. Sonreía como se sonríe cuando se contempla un animal exótico en una jaula.
Aquella noche acabamos en un garito donde el pincha obedecía mis caprichos encantado y el ultraconservador me decía que olía muy bien y que por qué me gustaba tanto la música.
Ni siquiera necesitaba que respondiese nada. Solo se me echaba encima como si echarse encima de la roja abortista que yo era según el líder de su grupo, no fuese pecado en su mundo.
En mi cabeza seguía sonando “All at sea” de forma insistente. Algo en aquella canción era magnético. Aquella voz granulosa de emoción que ahora soy capaz de reconocer en cualquier parte incluso cuando habla en susurros.
En 2003 era mucho más difícil que ahora comprar ciertos discos. Pero empezaba a ser posible escucharlos y empezaba a ponerse de moda denuciar a gente que bajaba y compartía. Piratas. Nos llamaban.
En Torrent no estaba todavía aquel twenty something pero sí el Pointless Nostalgic donde grabó esa versión de High and Dry que nos cambió la vida a todos nada más escucharla.
En noviembre hará 20 años de la vez que entendí definitvamente que tenía que dejar de intentar convencer a nadie de las evidencias. Y limitarme a escuchar mucho la música que me gusta y nada la que no me gusta. Dejar que el tiempo siga dándome música que me gusta. Seguir disfrutando sin más.
Aquel pointless nostalgic tostado en un CD malísimo que empezó a saltar al mes de machacarlo de insistencia me acompañó muchas noches de estudio, de leer libros a matacaballo para hacer trabajos a matacaballo que no se leía nadie ni siquiera en diagonal. Te ponían un 7 o un 8 por defecto y a seguir fingiendo que aquello iba a alguna parte.
Pero incluso leyendo a matacaballo algo terminábamos aprendiendo. Mientras, de fondo, sonaba irónica aquella versión brillante y metálica de Devil may care.
Luego terminé la carrera y el proyecto de fin de carrera, de fondo sonaba el Twenty Something, que terminé comprando en CD en aquella versión deluxe. Que luego vendí cuando decidí dejar de mudar CD´s que jamás escucho. Ese que ahora se reedita en un vinilo azul que no sé si terminaré teniendo como quien tiene un florero. Ese disco en el que está una de las mejores versiones grabadas del What a difference a day made que recuerdo.
En el que está Next year baby, aquel villancico pagano que luego se convertiría en símbolo de las navidades en que se suponía que debería haber tenido el corazón roto otra vez y sin embargo no rompimos nada. Todo parecía posible al año siguiente.
Aquel disco en el que estaba ya la versión de Frontin de Pharrell. En aquel entonces yo volvía a bailar digamos urban. Pharrell hacía mucho que era tan dios en mi vida como Usher o D´Angelo. Por entonces no sabía que a Cullum, aquel disco de D´Angelo le había vuelto tan loco como a nosotras. Porque entonces ya no era solo yo. Ya éramos nosotras. La otra pata y yo locas por el Catching tales. Otro CD que compré cuando salió, del que si hubiese un vinilo de cualquier color del arco iris compraría seguro un ejemplar como quien compra un florero.
Una de nuestras primeras conversaciones al salir de clase de baile fue sobre Usher, otra sobre Get your way y ese momento en el que Jamie olisquea después de decir “wild jazmine”. Own the room. Las dos bailábamos con aquel espíritu. Con ese juego en mente. Own the room. Ganar y que nadie pierda. Probablemente sigamos las dos bailando así aunque no bailemos juntas desde su boda.
La otra pata, mi hna y yo en aquel polideportivo. Otra vez otoño. Otra vez volviendo de otra decepción gigante no solo musical. Ese momento en el que por fin lo entiendes todo y te cabreas. En el tren de ida contándole a Sonia mi error gigantesco. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que desde aquel día en el fondo siempre supe todo lo que necesitaba saber y todo lo demás era solo yo intentado salvar lo insalvable, salir de un laberinto sin tirar ningún muro de carga. Tomarme más molestias de las recomendables solo porque conozco de sobra la paz inquebrantable de la conciencia tranquila.
La otra pata, mi hna y yo en aquel polideportivo transformando la pena en euforia. Cullum llamándonos desde el escenario. Bajad aquí. Nosotras bajando. Bailándolo todo. Se me caían las medias. Hacía frío al salir. Daba igual. Caminar de vuelta a casa relucientes de sudor y felicidad. Pensando todo el rato “pues no era tan difícil”. Porque no es tan difícil. Verdad y ganas. Teatrillo solo a favor del show. Y un sonido perfecto contra viento y marea.
Cada año más recuerdos con su banda sonora. En disco o en directo. En un circo haciendo un circo (otra vez el olisqueo pero en directo y junto a mi cuello) bajo el sol o bajo la lluvia. Empapada y eufórica. Bañándome desnuda cuando termina. A través de la pantalla durante la pandemia. De todas las formas posibles. También en su show de radio que tanta música me sigue regalando.
De pronto auncia la reedición del twenty something en un vinilo azul y el vértigo de recordar aquellos veintitantos nuestros, todo lo que ha pasado desde que grabé All at sea de la radio y ya nunca fui capaz de sacar la voz de Cullum, la energía de Cullum, su forma de entender la música y la vida de mi mundo.
Aquí sigue. Hemos llegado a los 20 con la certeza de que quedan muchos años más hasta que vuelva a recordarme que lleva muchísimos años en mi vida y vuelva a darme un ataque de vértigo del bueno y vuelva a teclear sin pensar demasiado doscientos recuerdos inconexos que en mi cabeza van unidos por un hilo finísimo, el famoso hilo de sedal de la música buena que casi siempre resiste casi todo.
Intuyo que en 2024 habrá música nueva. Sé que en 2024 volverá a tocar en España y que haré lo humanamente posible por estar ahí abajo. Sudando, empapándome, disfrutando y enloqueciendo como siempre que él se sube ahí arriba.