🎥 El exasperante y maravilloso trabajo de Bill Viola
No he ocultado nunca mi pasión por las obras de Bill Viola, fallecido en julio de 2024. En el proceso de ir tejiendo de nuevo este espacio, culturavisual.cc como fuente de investigación visual y de pensamientos sobre el arte y su educación, me propongo también divulgar, partiendo de la difusión de textos que escribí para otros medios, y que voy adaptando a este formato. En esta ocasión, rescato un fragmento dedicado al trabajo de Bill Viola: I Do Not Know What It is I Am Like que publiqué en el libro conjunto De Película. Cine para educar en diversidad. Tirant lo Blanch. 2019.
Hoy analizamos una película clásica del videoarte, casi un verdadero largometraje. Lo que tampoco es habitual dentro de las obras de videoarte, que suelen tener una duración bastante corta. Se trata de la obra I Do Not Know What It is I Am Like de Bill Viola (1986). Bill Viola es probablemente el video artista más conocido internacionalmente y con una trayectoria más completa y consolidada, utilizando únicamente este medio artístico en toda su carrera. Muchos otros artistas que han trabajado el videoarte lo han hecho junto a otros medios y no de forma exclusiva, o incluso integrándolo en esculturas, instalaciones, obras performativas, etc. El caso de Bill Viola es diferente, ya que su trayectoria está quizá más cerca de lo que podríamos considerar un director de cine con una serie de producciones audiovisuales a lo largo de toda su carrera. Si bien es cierto, que muchas de ellas están creadas también como video instalaciones o integradas en un formato específico y en un espacio concreto.
Este es otro de los aspectos que el videoarte aporta al enriquecimiento de las experiencias estéticas de las producciones audiovisuales, concebir obras específicas para ser proyectadas en determinados espacios concretos, lo que supone una integración con los entornos que intensifican la conexión estética que las obras nos pueden provocar. Por tanto, no podíamos dejar de incluirlo en las referencias de este blog.
El caso de la obra mencionada de Bill Viola I Do Not Know What It is I Am Like (1986) nos sirve también para profundizar respecto a las aportaciones que las obras audiovisuales con un fuerte contenido poético-estético-simbólico ofrecen para un enriquecimiento y una apertura de nuestra capacidad de establecer pensamientos complejos. De aprender sobre nuevas formas de relacionarnos con el mundo y de interpretarlo y asimilarlo más allá de las narrativas de verosimilitud y sus posiciones de supuesta racionalidad mediática.
La obra, relativamente antigua y producida sin grandes medios, pero durante un proceso de desarrollo muy extenso, unos dos años, data de 1986. Esta obra, a pesar de ser considerada uno de los hitos fundamentales del videoarte, tiene muchas cosas en común con algunas producciones cinematográficas más tradicionales. Para empezar, es una obra monocanal concebida para proyectarse en una sola pantalla. En su producción hay muchos agentes implicados, e incluso cuenta con la figura de una productora, Kira Perov. En su producción contó con la participación y el apoyo de numerosas instituciones entre ellas The Contemporany Art Televison Fund, WGHB New Television Workshop, The American Film Institute y muchas otras instituciones de ámbito internacional.
La obra, producida en Estados Unidos y Japón dura 89 minutos, lo que se podría considerar como un largometraje. Teniendo en cuenta el tipo de narrativa que la obra nos ofrece, donde no hay una narración lógica, no hay ningún tipo de diálogo, solo imágenes y sonidos. Dividida aparentemente en seis capítulos que, conectados, construyen una obra compleja y esencialmente bella, profundamente estética. Una sucesión de imágenes y sonidos cuya única finalidad es generar tensión estética, construir un simbolismo poético cautivador que nos va transportando hacia nuestros propios pensamientos. Un tipo de cine que ofrece múltiples oportunidades para establecer procesos de reflexión interna y de pensamiento.
Estamos acostumbrados a un tipo de narrativa que genere acciones intensas, movimientos de cámara y de planos muy rápidos y acelerados, sucesiones de acción trepidantes. Todo ello dentro de las dinámicas de vértigo de la sociedad contemporánea que requiere de cambios de plano y de escenario constantes y cuya metáfora se establece en las redes sociales y el consumo de imágenes y vídeos en sucesión permanente y constante. Imágenes que pasan frente a nuestros ojos a través del timeline de Instagram sin casi detenernos ni tan solo un segundo en cada una de ellas, con suerte, o vídeos que casi nunca dejamos acabar en nuestros recorridos por YouTube. El tiempo es también una poética, una estética y una forma de aprender sobre cómo interpretamos el mundo. Sin tiempo, la experiencia cinematográfica no existe, y por eso reclamábamos la importancia y la necesidad del cine en sala, que nos obliga a renunciar al tiempo exterior y ofrecer todo ese tiempo de estancia solo para la experiencia fílmica.
Los ritmos visuales pausados, incluso exasperantemente lentos para mucha gente que imponen las obras de Bill Viola, son casi como los silencios en educación, molestos e irritantes. Los silencios son necesarios para activar procesos de reflexión. “La molestia” que nos imponen nos obliga a focalizar nuestra mente y desafiar la vorágine mecánica de la aceleración hiperbólica creada para no poder disponer de pausas para elaborar pensamiento y cuestionar cosas. La visualización, por tanto, de un tipo de cine, supone un desafío al pensamiento y a los valores establecidos para construir espacios para el diálogo, el pensamiento y la creatividad desde el marco de referencia que nos ofrecen películas como estas.
© Ricard Ramon.
Todo el contenido bajo licencia: CC BY-NC 4.0
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