📝 Las jerarquías artísticas como construcción cultural y el kitsch como el escalafón más bajo
Esquema de jerarquías culturales. Fuente propia
La cultura, y especialmente el desarrollo de sus políticas prácticas, se construye a partir de unas narrativas o discursos que emanan del poder, entendiendo por poder la simbología cultural del grupo social dominante. Es esencial tener este aspecto presente para poder ejercer una valoración crítica de estos procesos. Actúan como una institución fuertemente cultural y, por tanto, fuertemente legitimadora de unas prácticas y símbolos determinados. De hecho, la mayor parte de las veces este proceso se lleva a cabo de forma inconsciente por parte de los agentes que intervienen en él.
En el ámbito de la educación vinculada al arte, este proceso se percibe todavía con mayor claridad, aunque su presencia impregna todo el sistema educativo. Hay que tomar conciencia y partido para poder generar prácticas subversivas que inviertan, aunque sea parcialmente, este proceso. Todo ello para que la educación suponga un verdadero camino facilitador de la construcción identitaria, personal y colectiva, y no ejerza un papel de delimitadora y clasificadora de las experiencias culturales y de los grupos y personas que se identifican con cada una de ellas.
Todas estas prácticas se legitiman a través de los instrumentos ejercidos desde instituciones poderosas como el Arte. Entendido este en su faceta de institución, y sus instrumentos de legitimación predilectos, la historia y los museos. Una construcción cultural que se ejerce desde el poder y que se inicia en el planteamiento de dualidades altamente aceptadas en el ámbito institucional y académico-político, y que se transmiten piramidalmente mediante el proceso educativo, siendo asimiladas como precepto de normalidad, sin apenas cuestionar su verdadera significación.
Cuando generamos categorías estéticas para distinguir entre arte o artesanía, entre lo que es o no es arte, entre lo que debe ser digno de estar en un museo o no, construimos jerarquías culturales que no son en absoluto inocentes y que, categóricamente, no son en absoluto valores o criterios universales.
De entre las categorías jerárquicas que están directamente construidas por las instituciones artísticas en su relación con la sociedad en que se inserta, encontramos las clásicas divisiones entre: arte y artesanía, alta cultura y cultura popular, buen gusto y mal gusto, etc. que ejercen un papel determinante en cómo este es percibido.
Todo ello, determina en gran medida si la cultura sirve como instrumento de control y mantenimiento de estructuras establecidas, y así es como se interpreta en numerosas ocasiones desde el ámbito político. O, por el contrario, sirve al desarrollo integral y libre del ser humano, estableciendo los instrumentos de relación adecuados.
En esa estructura jerárquica, el kitsch representa la esfera más baja de la pirámide. Especialmente en lo que se refiere a la noción de “mal gusto” frente al “buen gusto”. Una clasificación categórica basada en jerarquías de valores, en ocasiones, excesivamente simplistas. Buen gusto frente al mal gusto, culto frente al popular, arte “auténtico” frente a arte kitsch, elegante frente a cursi, etc. Algunas de estas jerarquías son difícilmente justificables, cargadas de intencionalidades de perpetuación de una situación ventajosa de poder. De nuevo, la que con más razón podemos someter a severo juicio crítico, es aquella que viene dada por algo que se califica por determinados grupos como: “buen gusto” y algo que se califica, también por esos mismos grupos, verdaderos árbitros del gusto, como “mal gusto.” En realidad, estamos hablando de gusto de los grupos dominantes o con pretensiones dominadoras y gusto de los grupos dominados culturalmente, en un determinado ámbito.
El kitsch, lo cursi, incluso la llamada cultura popular, generan conceptualmente una situación difícil, especialmente en una sociedad que cada vez se torna más compleja, y en la que algunos o muchos de esos valores dominantes siguen muy presentes en ellas. Valores y conceptos que se encuentran en constante revisión y puesta en valor por nuevos grupos de dominación emergentes, sobre todo respecto al mundo de las artes y la alta cultura. Enfrentados a valores de dominación tradicionales, como los representados en gran parte por el kitsch, y que continúan muy presentes en otros grupos sociales que no dominan actualmente las estructuras del sistema de las artes, desde un punto de vista intelectual.
Se trata de una situación en la cual, la llamada alta cultura o cultura de elite genera, o más bien generó en su día, toda una estructura de distinción social muy claramente establecida por Bordieu. Bajo un doble discurso de crítica feroz, con un claro fin de establecer distancia jerárquica, trata de ridiculizar y debilitar las prácticas culturales que no pertenecen a su grupo social. Precisamente porque esas prácticas intentan aproximarse, en sus modos y apariencias, al modelo establecido de alta cultura, identificada a veces con el apelativo de “cultura distinguida,” lo que ya dice mucho de sus verdaderas intenciones.
La actitud kitsch o cursi se establece como una formulación de reflejo o imitación, que trata de vincularse al llamado buen gusto, con el fin de obtener ese reconocimiento social y cultural que acaba siéndoles vetado una y otra vez por “inauténtico,” por “falso.” El poder cultural establece así un sistema que acaba coartando la libertad de un verdadero desarrollo cultural propio y diferente al establecido desde el elevado nivel jerárquico.
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Texto reelaborado a partir de escritos propios anteriores publicados en medios académicos.
© Ricard Ramon.
Todo el contenido bajo licencia: CC BY-NC 4.0
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