Life and times of @fantaguayaba

Telegramas y metonimias.

Pavel Schilling ideó una manera de enviar palabras a través de una telaraña de alambres eléctricos con mayor velocidad que los métodos existentes en aquellos tiempos, cuando las palabras tenían que ser impresas en un pedazo de papel por medios mecánicos o manuales y luego ser llevadas a pie o a lomos de rucios borricos, con los peligros que esto representaba. A veces, mensaje y mensajero caían por los acantilados, quedaban inundados al tratar de cortar camino por mares o ríos, e incluso el fuego interrumpía el recorrido de las palabras. También había ladrones temerarios que arrasaban con bolsos llenos de esperanzas o malas noticias.

El aparato se fue perfeccionando, y las palabras viajaban por complicados laberintos hasta llegar a su destinatario. A veces, el trayecto era tan atropellado que algunas palabras se perdían en el camino; por lo general, siempre eran las más pequeñas y las que algunos consideraban prescindibles. Aun así, los mensajes eran finalmente más o menos entendidos por las personas, aunque, en ocasiones, algunas palabras (por su ligereza natural) llegaban antes que otras más robustas, y entonces el mensaje se cuatrapeaba. Desfachatado, a veces se reinventaba a sí mismo, dando como consecuencia guerras sin mucha relevancia, divorcios, desencantos y, en el peor de los casos, duelos pactados entre caballeros de abolengo. Casi siempre, los mensajes salvaban la situación cuando alguien tenía la cortesía de contestar de vuelta antes de tomar acciones apresuradas. Las palabras encontraban la manera de ordenarse para solucionar los malentendidos y, si no lo lograban, tomaban prestadas palabras pasajeras que se dirigían hacia destinos diferentes.

Todas estas complicaciones hicieron que el telegrama (como habían decidido llamar a este truculento medio de comunicación) fuera una vía poco confiable para mensajes de suma importancia. Por ello, las palabras no dejaron del todo de viajar por medios terrestres, bien firmes y selladas. (La carta se dobla para que las paredes ejerzan presión sobre las letras y estas sean incapaces de cambiar su posición. Enrollar la hoja tiene una función similar, pero, si no se tiene cuidado y la carta se desenrolla por el lado equivocado, todas las palabras acabarán en el fondo, desordenadas y mareadas).

El telegrama dejó de utilizarse, pero nadie tuvo la cortesía de retirar las redes de alambre tendidas por donde viajaban las palabras. Algunas siguen todavía ahí, dando vueltas hasta encontrar una manera de regresar a tierra firme; entonces terminan en las calles, descansan en el piso o bajo los puentes. A otras se les ve escalando por las paredes hasta quedar permanentemente estampadas y visibles para todo el que pasa por ahí, palabras que se niegan a retirarse aunque se les solicite gentilmente. Algunas llegan hasta las casas de las personas y han encontrado un nuevo propósito: las más cordiales te dan la bienvenida, algunas acaban encontrando ocupaciones insospechadas y otras simplemente se posicionan sobre objetos de uso común.