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¿Qué harás cuando se acabe internet algún día?

Texto leído por Paz Peña en el lanzamiento en Chile del libro “La dimensión material de las nubes” por Pluriversidad Nómada (Pluri Ediciones, 2024). Centro Cultural España de Santiago, 20 de julio del 2024.

Portada de La dimensión material de las nubes

Uno.

Hace casi diez años atrás, A., (la amiga catalana en común que nos presentó con Lucía Egaña Rojas, editora junto con Ce Quimera de “La dimensión material de las nubes” y que, de alguna forma u otra, es también responsable de que yo esté acá, honrada de presentar estos textos) me preguntó:

-¿Qué archivos interesantes tienes en tu computador? (¿o diría ordenador?, mi memoria, aclaro, está en chileno).

-Mmm, me quedé pensando. No sé, no mucho, contesté, mientras solo recordaba tristes archivos de “últimas-últimas-esta sí que sí” versiones de un mismo documento.

-¡Pero cómo! -recuerdo que A. me dijo con un tono de preocupación-. ¿Qué harás cuando se acabe internet algún día?

Yo no sé qué cara debo haber puesto. Pero A., mientras me mostraba el listado eterno de los archivos de su ordenador, continuó firme y entusiasmada y me dijo que teníamos que recolectar las películas, los discos, los libros, las fotografías, en fin, las cosas que más nos gustaban, coleccionarlas, atesorarlas, acumularlas. Cuando se acabe todo, teníamos que encontrar los archivos.

Yo crecí sin internet, la debo haber conocido recién en 1999, con 19 años, “ya viejota”, como diría mi mamá, y de alguna manera no había pensado en una vida, mi vida, sin internet.

¿Qué harás cuando se acabe internet algún día?

Desde hace casi 10 años atrás, no he dejado de pensar en esa pregunta.

Dos.

Los ensayos cortos, imaginativos y peligrosos de “La dimensión material de las nubes”, editado por Pluri Ediciones en febrero del 2024, allá, en la Barcelona inmigrante, me recordó de nuevo a esa pregunta. Pero con un matiz.

Internet ya está muerta / hay que construir la internet.

Tres.

Imagínense que en esta sala somos todas detectives forenses. Ante nosotras, yace muerta, asesinada, la internet.

Sin signos vitales, nos miramos entre nosotras, hablamos en susurros, tomamos notas discretas, estudiamos la escena del crimen e, inspiradas por las buenas series policiales, buscamos al o los culpables a través de sus motivos: ¿por qué, nos preguntamos, alguien tendría motivos para que la internet dejase de existir?

“¡La mató el capitalismo!”, grita desde atrás de la sala una detective forense. “¡Pero si el capitalismo es el más feliz con internet! -le retrucan-. ¿Qué interés tendría el famoso capitalismo de vigilancia de dejar esta mina de oro de acumulación de datos personales que luego se venden al mejor postor?”.

Pero alguien recuerda lo que dice de forma muy polémica McKenzie Wark: el capitalismo ha muerto y lo ha asesinado la clase vectorialista, es decir, esta nueva clase social todo poderosa de los magnates tecnológicos que están incluso una capa más arriba de poder que los ricos industriales del viejo capitalismo del siglo XX. Internet, así, habría sido asesinada para dar a luz una internet aún más monstruosa.

En el siglo XXI, transversalmente, todas las personas, desde nosotras en esta sala hasta los ricos industriales del siglo XX, debemos rendir un tributo para sobrevivir en el mundo actual a los señores feudales digitales, es decir, los magnates tecnológicos. Esto, porque los territorios digitales son dominados por un puñado de compañías todopoderosas que pueden imponer sus condiciones, incluso a los gobiernitos de turno que corren, fascinados, a limpiarles el camino. El diezmo son nuestros datos y todas las condiciones abusivas que quieran imponer, incluido, claro, dar gasolina a los discursos de odio o que una comunidad reduzca su disponibilidad de agua fresca porque sus centros de datos necesitan ingentes cantidades de ese recurso para poder enfriarse. Esto dice, más o menos, Yanis Varoufakis, apuntando a que este tecnofeudalismo global es el que ha terminado reemplazado a lo que conocíamos como mercados. Así, internet habría sido asesinada para potenciar la subyugación humana a los nuevos reyes del mundo.

Quizás, dice tímida otra detective, internet fue asesinada por el último bastión revolucionario de la izquierda, hastiados por una industria extractivista que explota los cuerpos, las vidas, la biodiversidad de los terriotorios del mundo cimarrón. Asesinar la internet para terminar con los planes del futuro tecno-extractivista, blanco, patriarcal, positivista, corrupto, y por sobre todo, soberanamente estúpido de los Jeff Bezos de este mundo.

Pero esta teoría tiene un problema fundamental, dice una voz anónima, tristemente. “¿Puede un fantasma, algo que no existe, es decir, una izquierda con un proyecto de vida distinto al capitalismo colonial, matar a la internet?”

Cuatro.

Ante el cuerpo podrido del capitalismo, en el que los Jeff Bezos de este mundo le están dando respiración artificial a esa boca putrefacta, ante los últimos estertores del imperio de Estados Unidos que como un borracho patético promete pelea y guerras a cualquiera que le dice que no, ante una Europa colonialista que vuelve corriendo feliz a los brazos de la ultraderecha, ante el genocidio palestino por parte del supremacismo blanco unido, “La dimensión material de las nubes” toma el reto de saltar para delante.

De, como dice el texto de val flores en este libro, una práctica imaginativa que no se queda mirando el féretro de la internet muerta, asesinada, sin vida, sino que construye una ruina imaginativa.

“La dimensión material de las nubes” es un dispositivo pequeño, feroz, conectado con la especulación como forma de vida que, para mí, casi diez años después, me muestra posibilidades pero también las metodologías para imaginar las respuestas a la pregunta de qué harás cuando se acabe internet algún día; perdón, me refiero a qué hacemos ahora que la internet está muerta.

Y desprendida de la lectura de los textos que componen este libro, mi respuesta a qué hacer ahora que la internet está muerta, en medio de tiempos peligrosísimos, es construir nuestros pequeños mundos, en la intimidad, en lo cotidiano, en los espacios de amistad y placer, en lo raro, como diría el texto de Ce Quimera, en la observación de las relaciones interespecies para hacer una internet que, inspirada en el texto de Lucrecia Masson Córdoba, nos permita echarnos, rumiar y observar lo inconmensurable. Una internet que, en vez de ser una nube de CO2, como nos cuenta Pablo Selín y Lucía Egaña Rojas, sea un gas inodoro e incoloro que cuando lo respiremos al abrir nuestros dispositivos sea deseo y no solo trabajo, explotación y vigilancia.

Permitámonos abrazar la felicidad. Internet está muerta y, en su funeral, podemos rebelarnos y prometernos que no dejaremos jamás que de nuevo los datos -los pobres datos- dominen las lógicas del pensamiento, del arte, de la filosofía, de la psicología, de las humanidades, en fin, de todo el conocimiento. Celebremos la posibilidad de desperezarse del aburrimiento supino de la gente que cree que se puede reducir una vida a un algoritmo. Confiemos en que toda esa gente triste y gris comprenderá lo maravilloso que es negarse a subyugarse a un futuro predecible de acuerdo a los deseos de los dueños de los sistemas.

Porque, como dice val flores en su gran texto en este libro, en esta nueva internet deberíamos pensar que la primera reparación es la de la imaginación.

Y la imaginación es la llave para refugiarse en los otros mundos, nuestros verdaderos hogares.

Cinco.

Así que, ¿qué harás cuando se acabe internet algún día? Gracias a la lectura feliz de estos textos cortos pero que abren inspiraciones imaginativas múltiples, respondo:

Pues construirla ¡juntas!

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