Astillas de cristal
Siento las manos heladas, mientras en puntas de pies estoy delicadamente parado en un silencio solo herido por el viento que de vez en cuando se atreve a silbar por allá arriba, es de noche en esta verticalidad, estoy aferrado con muchas ganas a una mezcla de nieve, hielo y piedra.
De vez en cuando unas frías astillas de hielo cristal se me meten entre la ropa y la piel, espero mucho tiempo, el suficiente para pensar tantas cosas que de a ratos el frío y la incertidumbre me agobian, pero siento una felicidad muy grande, porque estoy donde me gusta estar, aquí perdido en la inmensidad de la cordillera, con unos trozos de nylon y unos metales que se han enamorado de una fisura, pero eso no importa demasiado, porque más arriba, y en algún lugar de este mundo alguien que ya es una parte de mi vida está por ahí buscando un camino para llegar más alto.
Ambos unidos por nada más que una cuerda que ahora me vuelve a parecer tan insignificante como aquella vez, comparados con los millones de años de las rocas, pero también me unen otros vínculos milenarios y mucho más fuertes, son la confianza, la amistad, la voluntad, el amor, aquel compañero que ilumina de a ratos las rocas por allá arriba con su linterna es una parte de mí que anda por ahí, muchas veces no me hizo falta decir nada, solo con la mirada nos comunicamos cosas, miedos, incertidumbre, dudas y alegría, estamos juntos en una gran montaña pero cada uno en la más absoluta soledad.
Mas tarde llego arriba y lo veo ahí parado, riéndose, detrás de él lagos, más cumbres, rocas y glaciares, esperándome con algo que es seguramente emoción, ahora él es mucho más que aquel compañero con el que planificaba salidas, tal vez ya sea un amigo, ó mucho más que eso, algo distinto, no sé, así son las montañas.