Perú
Llegamos a Laguna Parón, 4000msm, durante la mañana recorrimos desde Caraz un áspero y serpenteante camino. El vehículo un moderno taxi toyota blanco con caja automática e interior adornado con bizarros caireles y tapete de terciopelo bordó. Subimos por una pintoresca quebrada repleta de soñados rincones, vemos lejanas casitas en el fondo de los valles, arados de mancera, arpas, sombreros, oscuras manos curtidas por el silencio y una líneas de acequias incas que recorren kilómetros de laderas a la perfección y aún funcionan. No hablamos. Imágenes de este Perú que a cada rincón se hace querer demasiado y nos invita a viajar en el tiempo hacia nuestra propia esencia de montañeros.
Mochilas incomodas al hombro y a caminar, no encuentro lugar para las botas rígidas, asi que van colgando afuera, de a poco el físico olvidado de estas sensaciones, comienza a entenderse con el peso y la incomodidad, la montaña es incomodidad, recorremos el lateral de una laguna y en pocas horas estamos en un pequeño bosque de Quenuales, especie de Tabaquillo pero más grande, nos llega un aroma a tierra mojada, ha comenzado a llover. No se ven las montañas que nos rodean, pero sospechamos son magníficas. Buscamos leña, armamos un fuego, la carpa, y los mates. Entre las llamas se pierden nuestras miradas. Los cálidos destellos de la tarde se van llevando la lluvia y entre los árboles surge esta visión tan extraña, la de una blanca montaña y ese contraste entre la vida misma y la pristina belleza inalcanzable, entre la calidez de la madera y la apacible frialdad de lejanas laderas cargadas de glaciares. Por eso estamos aquí, para vivir estos contrastes.