Viviendo Montañas
Todavía el sol no pega pero el cielo es perfecto. Aparte del arroyo, todo es silencio, un profundo silencio, aromas a naturaleza y ese aire helado lleno de paz que entra en tus pulmones. A lo lejos el sol calienta una ladera, la roca se tiñe de dulces dorados, el cielo es de un azul aterciopelado.
Juntas un poco de leña y encendés un fuego, una pava negra de hollín se va entibiando y el mate, ese mate que te acompaño a tantas montañas esta entre tus manos esperando, compartiendo todo eso.
La montaña esta hecha de momentos, como la vida, en la montaña los momentos son puros, simples y concretos, la montaña tiene un ritmo y lo impone, no hay apuros, no hay competencia, dejás de ser un número, para ser alguien, para ser único, para ser vos mismo, para ser humano, hombre, mujer, pero ser, con todo lo que eso significa, ser vos mismo. Sentirte primitivo, salvaje, pionero, descubridor, responsable de tus decisiones, y de tus errores, entrelazando íntimamente tu existencia con la naturaleza, sintiendo la bella y profunda simpleza de la vida que corre por tus venas a cada minuto.
De a ratos hay algo de calma y podes ver más allá de tus pies, aprovechas para descifrar esas heridas en el glaciar que a menudo son enormes, un amigo te acompaña, también pendiendo de un mismo hilo, compartiendo esta misma vida, el viento arremolina la nieve y te empuja al piso de a ratos, de repente presentís un inquietante vacío cerca, te das vuelta para hallar calma en los ojos de un amigo que aunque no podes ver, sabes que está ahí, manteniendo tensa esa cuerda que se desvanece en un mundo blanco de locura.
El único resguardo que logra tu mente en esos momentos son los ojos de tu compañero, en el que confiás ciegamente porque estas atado tanto a tu cintura como a su alma. Y cuando la tenue luz de su linterna se desvanece en la helada noche en busca del próximo rapel, y vos estas ahí solo en la oscuridad colgado de un par de clavos, ansioso por sentir el “libre”, entendés profundamente lo que significa la cordada. Más abajo, y ya al pie de ese sueño interminable, te abrazas en la verdadera cumbre y casi se te arrancan las lágrimas de los ojos, porque te ha nacido otro hermano. Siempre hay que saber escuchar, la duda del otro es la máxima certeza, en los ojos del compañero esta la solución. Solo hace falta una mirada para entenderlo todo y saber hasta donde se puede llegar. Dos vidas intensamente unidas, para llegar a lo mas alto, eso es una cordada.
Esta es nuestra pasión, casi un instinto ancestral, este amor por escalar, estas ganas de trepar, resolviendo todas las situaciones que nos plantea la montaña, muchas veces pasando hambre, miedo e incertidumbre. Descubriendo a cada paso, siendo exploradores y conquistadores de cada pedazo de granito, de cada huequito de la roca y de cada centímetro de hielo. Sintiendo correr el tiempo por nuestras venas, con el lento fluir de los glaciares. Extrañando amigos, momentos, novias y esposas.
Este es nuestro juego, el de los montañeses, románticos aventureros de paisajes increíblemente hermosos y duros. De bellas montañas y esbeltas agujas, con las que tal vez solo se podrá soñar, imaginándonos en sus cumbres llenas de misterio y leyenda. Una loca pasión de hielo y roca que nos lleva a algunas cumbres junto a los más grandes amigos que tendremos, y a los que llegamos a querer demasiado, mucho más que a ese pedazo de roca, hielo, frío e inmensidad.