Escritos profundos, reales o imaginarios, pero honestos

Causa y efecto

Hace ya bastante días de esto.

Me sentía triste, desolado y no encontraba una salida a mi situación. Sentado debajo de un árbol, solamente se me ocurrían soluciones espantosas como suicidarme, tirarme delante de un camión para que me machacara la cabeza, tirarme desde lo alto de un acantilado, nadar sin sentido en el mar hasta ahogarme, y cosas por el estilo.

Cuando de repente, medio dormido medio despierto, miré un anciano de barba blanca que se me acercaba y me tocaba el hombro, y me decía:
“¿Muchacho, qué haces aquí?”
A lo cual yo le respondí: Estoy planificando mi muerte, no tengo ningún motivo para vivir.

El anciano bajando la vista como revisando mi condición, me dijo que antes que nada, me acordara de todos los acontecimientos anteriores a mi afligida situación. Le dije que no tenía nada de qué acordarme, toda mi vida había sido una espiral de errores.
El anciano me dijo: “No te niegues a ver tu pasado como si te asomaras a una ventana, es necesario que lo hagas. Solamente así podrás establecer la ecuación causa-efecto, y podrás anticiparte al futuro”.

Me atreví a verlo fijamente deteniendo mi vista en sus manos resecas y fuertes. Recuerdo que me dijo que todo tenía una explicación, delante de Dios no había misterios.

Sin embargo, comencé a recordar cosas bonitas cuando era pequeño, me gustaba caminar por las veredas sintiendo el aroma del bosque, observando las mariposas y los insectos escondidos en los troncos. Recordaba los nidos de oropéndolas balanceándose en los guanacastes, y el alboroto que hacían al atardecer cuando entraban a sus nidos. Mi mente bloqueaba los sucesos tristes de mi vida. La muerte de mis padres y mi vida algarete como huérfano, después que abandoné el reformatorio de menores.

El anciano adivinó mi pensamiento, diciéndome lo contento que lo hacía al saber que mis primeros recuerdos eran de felicidad. Agárrate de esos momentos felices y hazlos tu causa, me dijo. Que los eventos de desgracia y dolor no se conviertan en tu motivo de tristeza permanente. Esos recuerdos de alegría deben guiarte a eventos positivos en tu vida, anímate a romper el ciclo, ingresa en la rueda de la paz interior y mantente firme. Hay personas que te esperan.

¿Cómo sabía que habían personas que me esperaban? No le había contado nada de mi vida. Y era cierto, había un niño de siete años que me esperaba en casa.

Yo no era colérico, ni de armar pleitos. Al contrario, me encerraba en mí mismo, y quedaba quieto por horas. Había salido de la casa calladamente, pero mi hijo estaba atento a mis movimientos. Recuerdo que me dijo: Papá, ¡mamá está cocinando una sopa!.

Cuando regresé era de tarde, antes que anocheciera. Pude olfatear una rica sopa de gallina con albóndigas, la comida fuerte en todo el día. Y en la puerta de la casa ya me espera mi hijo, y con las manitos me llamó: ¡entrá papito lindo, ya está la sopa !