Escritos profundos, reales o imaginarios, pero honestos

Cuentos renovados de la cripta (I)

Esta es la historia de don Germán, un hombre luchador con sus altos y bajos, bastante aficionado a la cerveza y no tan mujeriego. Dedicó parte de su vida al comercio, a vender y distribuir las oportunidades que se le presentaban.

Logró estudiar y coronar el ciclo diversificado, como le llamaban al tercer nivel de la escuela secundaria. Pero eso fue suficiente para aprender las estrategias de mercadeo y negociación que ninguna escuela certificada de administración de empresas puede ofrecer.

En su juventud caminaba largos kilómetros en senderos polvosos buscando plantíos de cebollas, tomates, frijoles, lo que fuera de legumbres. Compraba toda la cosecha haciendo cálculos de ganancias y pérdidas, extrapolando los precios de futuro y calculando la demanda en los mercados locales.

A veces obtenía buenas ganancias, otras veces no, pero en general, los saldos en su billetera eran positivos. De forma que pudo darle educación a sus hijos y sentirse satisfecho al final de sus días.

Su afición en sus últimos días era salir a cortar la maleza en su finca de San Marcos, en donde se había refugiado para sentir el aire fresco de la mañana y contemplar las oropéndolas haciendo los saquitos que colgaban en las ramas de los árboles, como hamacas, en que empollaban las crías.

La dieta predilecta de don Germán era frijolitos refritos con crema y tortilla caliente, en el desayuno. Al mediodía carnita asada con plátano tierno asado en el fogón de leña. Su señora era experta en sacar de las brasas el plátano en el punto exacto de calor.

Los años les habían dictado ciertas costumbres sencillas. Apenas veían televisión y escuchaban radio, siendo el pasatiempo hablar de los viejos tiempos y hacer recuento de todas las amistades que habían muerto.

Sus mentes eran ajenas a las preocupaciones políticas y financieras, aunque sí estaban muy al corriente de los precios, de la inflación de la canasta básica, del montón de dinero que no alcanzaba para nada. Eran tiempos duros, pero la convicción que habían cultivado, era que todo es transitorio, nada es para siempre o definitivo.

Hubo un momento en que don Germán empezó a hacer planes de muy corta duración como visitar a sus hijos, ver cómo estaban los nietos. Pensaba en que debía despedirse. Algo muy dentro le decía que sus días estaban contados con los dedos de la mano.

Su señora lo encontró como dormido un atardecer, en realidad estaba muerto. Asustada corrió a buscar un espejo y se lo puso en las fosas nasales, ningún aliento, ningún vaporcito. Había llegado su fin de manera tranquila, en su hamaca.