Escritos profundos, reales o imaginarios, pero honestos

Las adicciones

Hoy es un día en que amanecí sintiéndome amado y bendecido por Dios. Tengo la certeza que nada perturbará mi paz interior. Por eso confesaré lo que escribo a continuación.

Casi seguro que es la primera vez que lo menciono en la web, o en un blog, pero la mayor parte de mi vida he luchado contra la adicción al licor, al guaro, al etanol, y en fechas más recientes a la cerveza.

El adicto es una persona masoquista, y cualquiera sea la adicción, origina un placer temporal que es valorado por la persona que lo padece, como algo en gran valor que vale la pena los estragos de la resaca.

Así como hay #adicciones para consumir sustancias químicas, sean éstas anfetaminas, cocaína, alcohol etílico, nicotina y demás cosas que ni siquiera me imagino, también hay adicciones sicológicas. Son esas costumbres que se vuelven hábito y un sistema de vida.

El motivo de estas líneas no es proponer soluciones médicas ni esotéricas, tampoco es la de proponer grupos de terapias o mantras. Simplemente advierto que el adicto es una persona masoquista porque está dispuesta a sufrir el dolor de la dependencia a fin de continuar con el logro del placer temporal.

Pero en cuanto al que padece una adicción sicológica, la satisfacción o el placer generado no es un trance agudo, o por decirlo así, una meseta empinada con un bajón de intensidad violento que provoca desórdenes en el organismo. Es una sensación que vive en el cerebro a baja escala, con una intensidad media pero permanente. Modifica la forma en que te comportas y ves el mundo. El factor común con las adicciones químicas, es el egocentrismo. En ambos casos, la lucha es para obtener un placer que es tuyo y no compartido.

Esto es la definición dada por el Diccionario médico (http://bit.ly/adiccionsicologica) respecto a las adicciones sicológicas:

“Patrón de conducta persistente, que se caracteriza por: el deseo o la necesidad de continuar una determinada actividad que se sitúa fuera del control voluntario; una tendencia a incrementar la frecuencia o la cantidad de actividad con el paso del tiempo; la dependencia psicológica de los efectos placenteros de la actividad; y un efecto negativo sobre el individuo y la sociedad. Se han descrito adicciones psicológicas al juego (de apuestas o de azar, videojuegos), al trabajo (workaholics americanos), al sexo (erotismo, pornografía, etc.), a la televisión, a ciertos deportes, etc.”

Hay mucha información en la web sobre las adicciones sin drogas, o sea, adicciones no-químicas. En este enlace http://bit.ly/tipos-adicciones se detallan varios tipos, entre las que se mencionan, están las siguientes:

Adicción al juego
Adicción a la comida
Adicción a las apuestas y juegos de azar
Adicción al móvil
Adicción al trabajo (mi comentario: !bendito sea tener trabajo¡)

En todo caso, el síntoma básico es que hay una desmejora en el bienestar del individuo que afecta el entorno familiar y social. Es como una enfermedad.

Pero hay dos adicciones sumamente nocivas que han influido a nivel mundial en el deterioro de pueblos enteros:

Adicción al poder
Adicción al dinero

Ambas adicciones van de la mano. El dinero puede obtenerse a montones vía el poder desmedido, o el dinero puede llevar a posiciones de mucho poder político o económico.

Hasta aquí nada nuevo, o tal vez es un aspecto que no se ha valorado lo suficiente desde el punto de vista sicológico. Por ejemplo, Hitler fue un megalómano, con adicción exorbitante por el poder (militar).

En nuestras repúblicas tropicales sobran los ejemplos de presidentes que, o bien ya eran adictos al poder, o el sistema los llevó a desear el poder como fuente de satisfacción egoísta. Sistemas sin respeto por las leyes, que hacen emerger castas sociales adineradas a base del tráfico de influencias, amiguismo o afinidades políticas. Generando un sistema político viciado, corrupto de lo cual se aprovechan los #dictadores adictos al poder omnímodo.

El poder se convierte en un juego y una adicción, y entre más tiempo se mantenga el status quo, mucho mejor. Finalmente, el adicto al poder se revuelca en su vómito, intoxicado por sus propios errores.