leo, escribo, extraigo ideas, pienso (no siempre bien) y comparto lo aprendido

Siempre vuelvo a Séneca

Si no tienes nada, el estoicismo es más fácil porque no te queda otra. Ser un estoico cuando eres la persona más rica de Roma, como Séneca, es un poco más difícil. Sus enemigos decían que no era un estoico sino un patricio indigno de llamarse estoico. Personalmente, lo leo y es un estoico. Me importan un bledo las discordancias de su vida (¿alguna persona en la sala que esté libre de contradicciones e incoherencias?) que le achacaban sus críticos. Me importa su filosofía.

Si la vida son dos días, estoy en el amanecer del segundo. Si todo va bien, claro. La vida es corta porque la desaprovechamos, dice Séneca. A mí se me han hecho cortas estas casi cincuenta primaveras que luce mi DNI. Probablemente porque he sido un experto mundial en desperdiciar el tiempo. Sin fustigarse, que nunca es tarde para aprovechar el día vivido. Pero siendo consciente de que cada vez quedan menos balas.

Por eso vuelvo con frecuencia a los Diálogos de Séneca. Para sacudirme dispersiones, distracciones inocuas y guerras inútiles. Aquí, en esta edición de Acantilado, tres palabras clave no siempre tratadas con la profundidad merecida: vida, ocio y felicidad.

Las distracciones frívolas nos apartan de las actividades que enriquecen la mente, advierte el filósofo. Hace años hablaba con mi sensei sobre mi falta de tiempo para leer. Me invitó a poner en un papel las horas que le dedicaba a las redes sociales, a las series, a las películas. Cuando ves que son cientos de horas al año, de ti depende aprovechar la mayoría de esas horas para otras actividades como conversar con personas maravillosas o leer.

Cuando me preguntan de dónde saco el tiempo para leer tanto, invito a quien me hace esa pregunta a mirar en el móvil esas estadísticas de tiempo en sus redes. Asusta. Como me asustaron las mías cuando lo hice. Séneca nos invita a no postergar. Esas distracciones de redes son la procrastinación con patas. Y no sólo las redes, también las pantallas. ¿Has contabilizado las horas necesarias, por ejemplo, para ver Juego de Tronos? Yo me la vi entera. Setenta horas. Los pasatiempos superficiales refuerzan tanto nuestra procrastinación que, a lo que nos damos cuenta, la vida ha pasado por nosotros sin que nosotros pasemos por la vida.

Cito textual del libro que nos ocupa: “Observa el tiempo de ésos, mira cuánto pasan calculando, cuánto maquinando, cuánto temiendo, cuánto adulando, cuánto siendo adulados, en cuántos avales propios o ajenos invierten y en cuántos banquetes, que ya son su deber. Verás que sus dichas y desdichas no les dejan respirar”.

Lo que hacemos condiciona nuestro bienestar emocional y nuestra mente. Lo dice la ciencia y mantenemos, desde mucho antes de Séneca, una postergación para lo que tenemos que hacer bajo la excusa de que tenemos mucho que hacer.

No pretendo pontificar ni moralizar como quienes ponen voz de explicar con tono de púlpito rancio. Hablo desde la paz que da la consciencia que otros tuvieron antes que yo. Y tampoco hablo desde ninguna cátedra de sabio. Escribo esto frente al mar, comiéndome en la hierba un bocata de cecina con queso. Dudo ser más feliz que uno que coma hoy en el Sublimotion. Te doy mi palabra.

Me he arruinado dos veces en mi vida, no te aburriré con los detalles. “Nada he perdido, todos mis bienes están conmigo”, citaba Séneca a Estilbón en la carta 9 de las Cartas a Lucilio (de este libro, hablamos otro día). Un hombre emergiendo de un incendio que lo había dejado sin nada salvo su persona. Con él iban la justicia, la entereza, la prudencia. No te niego que se piensa mejor con la nevera llena y sin tener que mirar la cuenta del banco. Pero Séneca me recuerda constantemente que Todo lo que tenemos va con nosotros.