Una Historia de la Lectura

Ya escribí acerca del maestro Alberto Manguel y su biblioteca de noche. Hoy saco de las baldas (más bien de las de mi hermana, que me lo ha dejado) esta pequeña obra maestra llamada Una Historia de la Lectura. Han pasado casi 6.000 años desde la invención mesopotámica de la escritura, cuando los escribas, con sus cálamos, incidían signos cuneiformes sobre sus tablillas de arcilla. Manguel homenajeó, en esta su particular Historia, a los a veces olvidados lectores. Comienza por el lector que tiene más cerca: él mismo, que había comenzado a leer con apenas tres años y abordaba, pasados los cuarenta, un libro pasional y ambicioso.
La obra recoge un impagable anecdotario personal e histórico, desplegado de manera irresistible a lo largo y ancho de todas y cada una de sus páginas. No sobra ni una. Cómo no recomendarlo a las personas que amamos la lectura. De entre todas las anécdotas, vivencias, relatos e historias, contaré aquí el primer trabajo de Manguel, a los 16 años, en la librería angloalemana Pigmalion de Buenos Aires. Su propietaria, Lili Lebach, una judía alemana que había huido de la barbarie nazi, lo puso el primer año a limpiar con un plumero el polvo de los libros. De esa manera, le explicó, conocería mejor la cartografía de la librería. Si le interesaba algún libro, podía sacarlo y leerlo. Algunas veces, el joven Alberto iba más allá y los hurtaba, mientras la generosa Fräulein Lebach hacía la vista gorda.
Un buen día apareció por la librería Jorge Luis Borges, prácticamente ciego, del brazo de Leonor Acevedo, su casi nonagenaria madre. Leonor reprendía a su hijo (Borges contaba con sesenta añicos) llamándole Georgie, reprochándole su gusto por el aprendizaje anglosajón en vez del griego o del latín. Borges le preguntó a Manguel si estaba libre por las noches. Trabajaba por las mañanas e iba al colegio por la tarde, así que por las noches estaba desocupado. Borges le contó que necesitaba a alguien que le leyera, excusándose en que su madre se cansaba pronto al hacerlo.
Comenzaron así dos años de lecturas en voz alta, en las que Manguel aprendió, según sus propias palabras, que la lectura es acumulativa y que procede por progresión geométrica: “cada nueva lectura edifica sobre lo que el lector ha leído previamente”.
Siete años le llevó escribir este libro. Y yo le doy a Alberto Manguel las gracias de corazón por hacerlo inmortal y a quienes le ayudaron a hacerlo posible.
Dedicatoria del libro