đź“» La llamada que nos vinculaba a la vida
—Hola…
—Hola…
AsĂ empiezan las llamadas telefĂłnicas de verdad, con un Hola…, pero no un Hola cualquiera, despersonalizado, vacĂo, maquinal. Se trata de un Hola lanzado con suavidad, paladeado, para que pueda fluir sobre la distancia entre lĂneas que marca el espacio entre interlocutores. Un Hola… dejado caer, para que llegue a la otra persona y penetre con suavidad en las cavidades de su oĂdo, hasta alcanzar al receptor de su cerebro y profundizar en su alma.
Un Hola… que suena a caramelo, pero con un toque salado. Muy lejos de cualquier hola vacĂo de un comercial que te aborda con su inmisericordia a la hora de la siesta, y que debe escribirse necesariamente en minĂşscula. Eso, si tienes la suerte de que hola, sea la primera palabra que escuches del pobre sujeto comercial, que imagino atado por los pies a una silla de metal oxidada mientras su jefe amenaza con secuestrar a toda su familia, si no consigue los objetivos de venta semanales.
Ese Hola… es, o era, la antesala de una conversaciĂłn, que en ocasiones solĂa ser, la Ăşnica oportunidad del dĂa, de la semana, o de… de poder establecer un contacto con el otro, con la otra. En esas conversaciones, matizadas de deje metálico propio de aquellos telĂ©fonos que debĂan ser accionados mecánicamente, apretando cada uno de los nĂşmeros, uno a uno, o rodando esa maravillosa manivela que iba deletreando los cĂłdigos en forma de sonido, con su retorno circular a la inicial posiciĂłn. Un ritual, que implicaba necesariamente pasar las páginas de una agenda personal, donde Ăbamos anotando cuidadosamente los nĂşmeros de las personas que conformaban nuestros lazos vitales. En ocasiones, perder uno de esos nĂşmeros, suponĂa una tragedia personal, una pĂ©rdida que podĂa ser irrecuperable.
Cuando la llamada implicaba algo importante, podĂas permanecer mucho tiempo frente al aparato, antes de reunir el valor suficiente para ir marcando sucesivamente los nĂşmeros. Cada uno de ellos abrĂa un camino para llegar al destino final de ese Hola… paladeado, que a veces era el recibidor de una acogedora y vital conversaciĂłn y otras la puerta de un patĂbulo de estertores y dolores estomacales nerviosos.
Esperar al otro lado de la lĂnea, una llamada que parecĂa no llegar nunca, o que definitivamente, nunca llegĂł, generaba esa misma punzada en lo más profundo del estĂłmago; que se iba extendiendo a insospechadas partes del cuerpo, y todo, por escuchar esa anhelada voz y las nuevas que podĂa traer, o simplemente no traer más que su presencia más allá, pero que podĂamos sentir tan cerca, tan acá.
Esas conversaciones eran vinculantes, en muchos sentidos, tan diferentes de hablar por un telĂ©fono mĂłvil. ExistĂa una cierta sĂşplica en el tono de llamada, y un respeto hacia quien abandonaba sus quehaceres, para responder. En ocasiones, esas llamadas eran una pauta ritual, sucedida a una hora determinada, que ya anunciaba a viva voz a la persona que esperaba en la otra parte. HabĂa quien era capaz de distinguir por el tono de llamada, que obviamente siempre era el mismo, quiĂ©n estaba detrás. Quizá la materialidad fĂsica del cobre era capaz de atravesar ciertos radares intuitivos desconocidos, pero lo cierto es que no solĂan equivocarse.
Las conversaciones por el mĂłvil, han dejado de ser conversaciones, para establecerse en versaciones difusas. Su configuraciĂłn poco anatĂłmica, no permite agarrarse, nos deslinda del tacto y la forma suavemente redondeada de un telĂ©fono de verdad. No está pensado para la mano, está pensado para el bolsillo, y eso pesa y delimita el tono de nuestros diálogos. Es además un medio creado más para vincularse al yo que al otro. Para proyectarse hacia…, más que para interiorizar los sonidos que nos llegan, que, cruzando el hilo de cobre, parecĂan atravesar nuestra alma.
Aquellas conversaciones vinculantes se trenzaban a nuestra vida, la delimitaban y la dibujaban. La podĂan conformar y ser la antesala de grandes encuentros y eventos, o podĂan destruirla en un instante, especialmente si el rumor de la llamada, nos despertaba a medianoche. Un camino que nos conducĂa, entre penumbras y somnolencia latente, a un acontecimiento más oscuro que la noche.
En definitiva, aquellas conversaciones nos vinculaban a la vida, y a la muerte, a la esperanza y el regocijo del encuentro, pero tambiĂ©n a la desesperanza del vacĂo y la soledad. Nada hay más triste que un telĂ©fono que nunca suena, y nada hay más triste que un mĂłvil sonando, siempre fuera de lugar y en el momento más inoportuno, dado que ha abandonado su lugar, para siempre.
Esto no es una crĂłnica de la nostalgia malentendida, ni un canto ludita a la denegaciĂłn del progreso. Es una simple crĂłnica del devenir, que solo aspira al desvelamiento de verdades a travĂ©s de las ficciones, como un fragmento de filosofĂa de ficciĂłn que es. AsĂ, continuaremos esperando atarnos a nuevas conversaciones, que cada dĂa se nos escapan entre la vorágine del ruido que nos impide escuchar lo que nos dicen desde el otro lado del cobre.
Bienvenidas y bienvenidos todos, seres humanos, seres pensantes y seres lectores, a estas, mis CrĂłnicas del Devenir, solo en verbum.cc.
Manuel de las Horas. Soberano permanente de la lĂnea del tiempo, Duque impenitente e impertinente de la inmediatez, Virrey de las tierras en las que muere el sol y…, natural y residente de las tierras que lo ven nacer. Siempre del este al oeste, y autor Ăşnico e indivisible de las CrĂłnicas del Devenir.
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© Ricard Ramon